El té de Celina

Hoy publico algo diferente, y que me da más miedo si cabe. Os dejo con mi propuesta para un concurso de relatos de mi ciudad, con el tema "Sombras en busca de luz", que trata sobre los refugiados. 
Hoy más que nunca os pido que me dejéis vuestra más sincera opinión. Significaría mucho para mí.

Gracias por leer. 
Nos vemos entre letras :)

*** 
EL TÉ DE CELINA

Destrucción. Muerte. Vidas que se esfuman en segundos. Miradas que se quedan en el vacío de la nada. Sonrisas perdidas entre lágrimas por la pérdida de los queridos, y los apenas conocidos.
Carreteras, interminables carreteras, llanas, oscuras, silenciosas. En la guerra el silencio llega a las casas, a las personas, llega a la vida; silencio desgarrador, silencio interrumpido por aquellos estallidos de los que nadie quiere hablar. No conocen, no saben, quieren olvidar, pero no pueden. Nosotros, meros espectadores de una pantalla, tan lejano, tan apartado, tan fuera de nosotros, pero a la vez tan dentro.
Cerramos puertas, ventanas, cerramos corazones, cerramos oportunidades. Cerramos vidas. Olvidamos. No recordamos. Las carreteras siguen su camino, si todos los caminos llevan a un lugar, ¿por qué no encuentran su hogar?
Desprotegidos, el desgarrador frío. Cruzan bastos parajes, montes, bosques, cruzan fronteras, cruzan países. Sus pies los llevan, aunque no puedan más. Cargados de una vida, cargados de tristeza, de esperanza, siguen la luz sin llegar a ella, sin ver su final.
Ven morir sus recuerdos, sus hogares, sus amigos y a sus familiares. Padres que ven morir a sus hijos cuando no deberían. Seguimos su historia, sus pasos, y allá donde van solo quieren ser escuchados. Refugiarse en lo que podría llegar a ser un hogar mejor del que lograron escapar.
Celina, tiene un pasado desgarrador, sus padres, sus amigos, sus vecinos, murieron en manos de una creencia, de una guerra, que quitó derechos, quitó libertades, quitó vidas innumerables. Celina, ya demasiado mayor para su sufrimiento, para aquello que por mucho que quiera, aunque quisiera, no podrá nunca olvidar, ve las noticias cada día. Celina, demasiado mayor para el café, toma té. Enciende la tele, y con la única compañía que le concede su tan ansiada libertad ve la historia de este pobre pueblo, que como el suyo, tiempo atrás, sufre. Sufre porque no es libre. Sufre porque nadie lo apoya. Celina recuerda a sus padres, recuerda cómo eran antes de llevar esa estrella, recuerda los números impresos de sus brazos mientras con la punta de uno de sus dedos repasa los suyos, cicatriz de un tiempo pasado, y, sin embargo, no la más dolorosa de ellas. Celina cierra los ojos y recuerda, recuerda como era sentir esa soledad, recuerda como era sentir que nadie te apoyaba, que nadie estaba allí para ayudarte. Recuerda como fue llegar a ese infierno en la tierra, recuerda el olor, los gritos, recuerda cada una de las miradas con las que se cruzó.
Recuerda y no quiere olvidar. Pasó hace tanto tiempo, aún era una niña, una niña que ya debía sentir como una adulta. Y ahora, lo vuelve a sentir. Vuelve a sentir la desesperación en los ojos de ese niño pequeño cuando la cámara consigue enfocarlo, siente la desesperación de esos padres, que, como los suyos, sienten que no pueden hacer nada por sus hijos. Siente el dolor que le produciría ahora sentir a sus hijos en ese papel. En un papel que no debería ser interpretado.
El té de Celina ya se ha enfriado, siente ese frío más fuerte que nunca. Celina busca, busca algo que pueda hacer, no sabe cómo actuar, esto es algo que no debería repetirse, algo que la humanidad debería tener aprendido ya.

Las carreteras continúan su camino. Incansables. Interminables. Y esos pies, que siguen su ruta, una ruta que no saben dónde acabará. Cruzan idiomas, costumbres, cruzan diferentes ideologías, diferentes creencias; todas repudian una, la suya.
Y todos los días llega el ocaso, los pies se detienen, el final del día, pero, aún, no el de sus vidas. Las madres abrigan lo mejor que pueden a sus hijos, sin un cobijo que les resguarde. El frío cala los huesos de los que tienen que descansar en el suelo, al menos podrán descansar, atrás dejaron a quienes con los ojos abiertos verán pasar la noche y todos los días que tras de ella vengan. En la oscuridad de la noche el frío se siente como puñales de hielo en el corazón, las estrellas es lo único que le recuerda a su hogar, lo único que les pertenece, que nunca les pertenecerá.
Con el ocaso llega el sueño, y con él la escapatoria de la pesadilla de su realidad. Una realidad que todos vemos, pero que ninguno, como ellos, sentimos.
El alba acecha de nuevo. Las carreteras no son un lugar seguro. Deben mirar en cada esquina, cada paso que dan es un alivio más, su vida entera es un campo de minas que no saben dónde acabará.
Los niños ríen, escapan de su realidad, tienen un efímero momento de lo que debería ser su realidad. El rugido de un coche los hace enmudecer, un rugido que rompe sus filamentos, que rompe lo que en algún rincón les quedaba de niñez. Ya no son niños, son adultos, escapan de una realidad que los aprisiona, que les roba, que los mata.
Intuyen al final un rasgo de esperanza, un nuevo país, una nueva oportunidad, no conocen el idioma, balbucean desesperados por un abrigo, un cobijo, una comida, un simple amigo.
Celina pasea por las calles de su ciudad, las siente más vacías que nunca. Celina llora por los que no pueden ver, por los que no pueden sentir, el daño que con su indiferencia hacen al mundo. Demasiado mayor para revindicar, Celina llora, llora por aquellos a los que no pudo salvar, llora por a los que ahora no puede ayudar.
Celina camina y camina, camina por las calles de una ciudad que la venera, por un país que la considera una superviviente, una afortunada; ella no podría estar más en desacuerdo. Hipocresía que recorre sus calles, y ella, ya mayor para estas cosas, para preguntar antes de hablar, actúa sin pensar.
Vuelve al inicio de todo, al inicio de un país que la quiere, que la protege, y allí, entre escombros de una sociedad que no lo quiere, encuentra a Samir.
Samir no llora. Samir no pide. Samir solo sufre. Sufre por su esposa embarazada, sufre por sus amigos, por sus vecinos que despedidos de otro país reanudaron su búsqueda, siguieron su camino. Sufre porque no puede seguir con ellos, sufre porque sabe que su bebé, a punto de nacer, morirá. Sufre por no poder darle la vida que se merece, una totalmente distinta a la suya.
Samir levanta la vista, y ve, por primera vez, a Celina. Celina ve la mirada de un pobre hombre que no puede continuar. Y le tiende la mano.
Es lo que debieron hacer por ella hace más de setenta años. Es lo que todo el mundo debería hacer por Samir, por su pueblo, por su gente.
Samir llora. Celina llora. Lloran y se comprenden. Los dividen países, edades, tiempos, infinitud de pequeñas fisuras hacen que sean dos personas diferentes, unidas por un sentimiento, por su sufrimiento.
Vuelve a caer el ocaso, los caminos siguen, la marcha no se detiene. Sigue el sufrimiento, sigue el pesar, sigue el miedo, la esperanza de algo mejor, de algo más.

Despunta el sol. A Celina nunca más se le vuelve a enfriar el té. Samir sufre, pero sabe que ha encontrado algo que puede considerar hogar, donde criar a su hijo, donde darle la oportunidad que él nunca tuvo. Samir sabe que nunca más estará solo, que Celina es su refugio. 

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